PRINT con Rayitas Azules

Ana y Salva como ‘quiosqueros’ ocasionales en el News & Coffee de Pl. del Collado de València.

Ana Moliz (Barcelona, 1980, vive en Benamejí, Córdoba) y Salva Cerdá (València, 1976, vive en Málaga) estuvieron con nosotros en València para la entrevista que les hicimos para el inolvidable PRINT nº8 y pasearon por las instalaciones de Impresum como lo haría un niño por Disneylandia. Mezcla de admiración, curiosidad y pasión. Tocaron, probaron y preguntaron todo. Las máquinas, las tintas, los papeles. Contagiaron su entusiasmo, como lo harían durante ese fin de semana en la librería Bangarang con su charla revisteril en la tercera edición de Quiosco.

PRINT con Rayitas Azules

Rayitas Azules cumple seis años este 2022, y si en lugar de un blog fuera una serie, en su precuela encontraríamos a una niña que quería ser Indiana Jones y a un chaval que hacía fanzines. El diseño los unió años después, pero hasta entonces hay muchos capítulos que contar. Tanto como nos contaron en el momento que les preguntamos por su primera experiencia en una imprenta:

(Ana) Mi abuelo era boticario y, en mi pueblo, al lado de la botica estaba el médico, el bar y la imprenta. Mi abuelo hacía muchos medicamentos y metía en una especie de bolsitas de papel el polvo de las fórmulas magistrales. En esos sobrecitos tenía que imprimir unas líneas para poder poner el gramaje del medicamento o alguna otra observación. Y me mandaba a mí, que tendría siete u ocho años, a la imprenta. Recuerdo que cuando entraba me fascinaban los mostradores superaltos y ver al hombre que trabajaba allí con las manos llenas de tinta. Me iba a donde tenía las letras. Los tipos de plomo o de madera de las letras eran como un juego. Cogía aquellas piezas y me ponía hasta tatuajes en la piel si quedaba tinta. Al principio me daba un poco de miedo por el sonido de las máquinas ­ —muy estridente­— y estaba todo muy oscuro, pero el dueño era muy simpático y me ponía los tipos de plomo en el mostrador para que jugara.

(Salva) Mi primera vez fue cuando hice mi primer fanzine, Amaranta, con los amigos de la facultad y me encargué del diseño (ver entrevista en Print). Fui a una imprenta de Málaga y no tenía ni idea de cómo se hacían las cosas. Me impresionó mucho la máquina que tenían —me pareció muy grande aunque el local era pequeñito—, pero el rollo steampunk que tenía me llamó mucho la atención. Poco después fui a otra que empleaban fotomecánica y me pareció todo enorme. Se me quedó grabada la imagen de un operario montando un fotolito en la mesa de luz con un cigarro en la boca, ese componente tan analógico y tan manual que tenía el trabajo.

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