A Paula Bonet la vida se le dibuja con multitud de trazos enérgicos: a veces son grabados, a ratos es óleo —con una paleta de colores que solo puede ser suya— y en muchas ocasiones, son textos que se adentran en temas tabú como el aborto espontáneo (Roedores: Cuerpo de embarazada sin embrión, Literatura Random House, 2018).

Paula nació en Vila-real, Castellón, y se licenció en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia. De ahí a Santiago de Chile, Nueva York y Urbino, donde prosiguió su formación.

Paula Bonet por Lupe de la Vallina

Paula Bonet. Foto: Lupe de la Vallina

En 2009 le llegó la epifanía de que lo suyo era la pintura. Y expuso por todo el mundo. Colaboró con multitud de publicaciones. Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End (Lunwerg, 2014) fue su primer proyecto editorial, un trabajo con el que se diluyó en el ‘perfumillo envolvente’ que conoció en sus primeras experiencias con la imprenta. Vinieron muchos más proyectos, una larga lista que es un surtido de técnicas y formatos en los que siempre se reconoce su huella autoral.

Entre sus obras recientes, hay una especialmente sonora: Quema la memoria, una performance junto al grupo de música The New Raemon con el que la tinta en vivo baila con la música. 

Charramos con Paula Bonet para este La primera vez (en una imprenta) entre su ciudad de residencia, Barcelona, y València, donde el próximo 30 de marzo inaugurará la exposición La anguila. Esto es un cuadro, no una opinión: el desarrollo evolutivo natural, acogida por el Centre Cultural La Nau. En esta exposición, que podrá verse hasta el 16 de mayo, encontraremos su evolución artística plasmada a través de pinturas en gran formato y polípticos distribuidos en tres secciones que juntas, forman un relato escrito con formas, colores y texturas.

«Mi primera impresión fue tan contundente que, siendo muy joven, resolví cómo poder llevar aquella experiencia a mi trabajo artístico individual. Ahorraba para asistir a talleres de grabado y de técnicas de impresión. Me marcaron especialmente los que Kaus Urbino impartía en verano en la Marche italiana (pude asistir durante tres veranos) y los del Taller 99 de Santiago de Chile, que conocí gracias a una beca Promoe y al que he vuelto unas quince veces desde el año 2003. El espacio de taller de grabado es para mí algo sacro. Las tintas, los barnices y los diluyentes dejan en el ambiente un ‘perfumillo envolvente’ que te coloca en un lugar seguro, el diálogo físico con el entintado y con las prensas forma parte de uno de los rituales que más amo en el mundo». 

 

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